Hernán
BonillaPresidente y fundador
Mercado y pobreza
14/02/2023
Sobre el libre mercado suelen caer acusaciones acerca de su egoísmo intrínseco y de generar pobreza para la mayoría de la población, mientas que unos pocos viven en la opulencia. Estos manidos argumentos son enteramente falsos, pero dada su recurrencia conviene analizarlos más de cerca. El libre mercado no genera el egoísmo humano, en todo caso, ese egoísmo es parte de la naturaleza humana, en algún grado, salvo en los santos, de todos nosotros y existe más allá del sistema político o económico que impere. Antes de que existiera el libre mercado el egoísmo ya era denunciado y, ciertamente, fue un problema extraordinario en los regímenes totalitarios del siglo XX, en que la nomenclatura gobernante gozaba de todos los privilegios mientras la mayor parte de la población sufría privaciones terribles. Por tanto, el egoísmo es parte de la naturaleza humana y, en todo caso, las instituciones bajo las que se desenvuelve, lo moderan o exacerban. En el libre mercado la única forma que tiene de prosperar una personas es brindando un bien o servicio que es valorado por la sociedad. En este sistema -excluyendo, por supuesto, las dádivas estatales propias del capitalismo prebendario que no son responsabilidad del mercado sino, justamente, del estatismo- un empresario o un trabajador sólo prosperan cuando hacen un bien social, aunque este último aspecto no entre en su decisión. Como señaló Adam Smith: “Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo.” El segundo argumento acerca de que el libre mercado produce grandes beneficios para unos pocos mientras genera pobreza en un gran número de personas se desmiente con la historia y la estadística. El proceso de “gran enriquecimiento”, para ponerlo en palabras de la gran Deirdre McCloskey, que llega a nuestros días, comenzó a inicios del siglo XIX. Hasta que se desataron las fuerzas del libre mercado casi todos, salvo unos pocos privilegiados, eran extremadamente pobres, realidad que comienza a cambiar primero lentamente y luego, ya en el siglo XX, con mayor velocidad. Fueron los países que gozaron de mayor libertad económica los que lograron reducir más la pobreza, algunos incluso hasta eliminaron la pobreza extrema, un logro que hubiera parecido imposible solo unas décadas atrás. Aproximadamente el 10% de la población mundial aún vive en la pobreza extrema, lo que alarma con justicia a cualquier persona bien intencionada, el asunto está en ver cómo se llegó a ese resultado dado que hace 200 años ese porcentaje era más del 95%, y cómo se puede hacer, en consecuencia, para lograr erradicar este problema. Los bolsones de pobreza que aún quedan en el mundo están en los países que aún tienen economías mayormente reprimidas, no en las más libres, y los avances a pasos agigantados se deben a la inclusión de miles de millones de personas en economías que, en algún grado les permiten desarrollarse en libertad. Nos queda un tema distinto a los dos analizados que bien merece nuestra atención y es la desigualdad. Supongamos que el amable lector comparte lo expuestos sobre el egoísmo y la pobreza, pero aún puede tener reparos sobre la desigualdad que generaría el libre mercado: prometemos volver en breve sobre el argumento.