Ignacio
UmpiérrezInvestigador
Señales mixtas para la economía uruguaya en 2023
06/03/2023
Siguiendo el entorno global y cierta normalización interna, la economía uruguaya presentó una desaceleración durante el segundo semestre de 2022, explicada en parte por el fin del rebote post-pandemia, el entorno externo más desfavorable, las condiciones monetarias más restrictivas y la ausencia de lluvias. Ello se reflejó en un menor dinamismo del sector agroexportador y la industria, la inversión privada y la recaudación impositiva. En este sentido, el PIB desestacionalizado tendió a estancarse en la segunda mitad del año, cerrando el mismo con un crecimiento punta a punta en torno a su ritmo potencial (2,1%). Algunos de los factores que afectaron la economía en los últimos meses de 2022, se extenderán al primer semestre de 2023. No obstante, existen algunas innovaciones en el margen. En el contexto internacional, hay indicadores sugerentes con una reactivación de China y robustez de la actividad en Estados Unidos, disipándose los riesgos de desaceleración pronunciada y recesión profunda, respectivamente. Ello es consistente con un ciclo global menos desfavorable que el contemplado hace algunos meses: cierto reimpulso de la demanda externa, estabilidad de los precios internacionales en niveles históricamente elevados y mejora de términos de intercambio entre exportables (alimentos) e importables (petróleo). No obstante, la mejora en las perspectivas de crecimiento es la contracara de probables menores presiones desinflacionarias desde el resto del mundo y un ciclo de incremento en la tasa de interés de referencia más prolongado. Con todo, a priori, el mundo se encamina hacia un escenario de crecimiento (igualmente moderado) con inflación y probable mayor volatilidad financiera, con impactos asimétricos en países emergentes sobre el tipo de cambio real, los spreads soberanos y los flujos de capitales. Sin grandes desequilibrios macroeconómicos, lo anterior contempla mejores señales para Uruguay en relación hace algunos meses. En materia de exportaciones de bienes, la caída observada desde setiembre respondió principalmente a menores colocaciones a China y el pronunciado descenso en el precio de la carne. Ello debería corregirse hacia el segundo semestre sumado al inicio de las ventas de celulosa de la nueva planta de UPM. En cuanto a exportaciones de servicios tradicionales, a pesar de la diferencia estructural de precios relativos con la región, el turismo receptivo será un factor dinamizante en comparación con el bienio previo. En tanto, los servicios no tradicionales se encaminan a continuar superando su registro histórico de 2022 (cercano a 5% del PIB). A nivel local, la sequía configura la principal señal negativa en el inicio del año. Sus efectos, aún de difícil calibración, se observarán fundamentalmente en el primer semestre: dificultades en la producción ganadera y lechera, disminución de los rendimientos de los cultivos de verano (particularmente para la soja), menores volúmenes exportados, así como el menor aporte al PIB de la generación de energía eléctrica. Por su parte, a nivel agregado la finalización de la planta de celulosa y del Ferrocarril Central tendrá una contribución negativa a la inversión. Sin embargo, existen elementos que sugieren que esta mantenga un dinamismo igualmente destacado. En primer lugar, las obras públicas estipuladas en el Presupuesto y algunos compromisos asumidos por el Poder Ejecutivo: continuidad de obras viales, agua potable, saneamiento, regularización de asentamientos e infraestructura aeroportuaria. En segundo lugar, la ejecución de proyectos promovidos en la órbita de la Comap, que en 2022 alcanzó una cifra cercana al 1,5% del PIB. Tercero, el boom en la construcción de viviendas y la recepción de flujos de inversión extranjera directa en sectores de servicios de alta calificación da señales de permanencia; más por la diferenciación positiva de Uruguay en la región que por elevadas rentabilidades asociadas. Mientras tanto, la continuidad en la recuperación de los salarios reales (con aceleración de los salarios nominales y disminución de la inflación hacia niveles de 7%-7,5%), la debilidad del tipo de cambio y la mejora en el ingreso de los hogares, contribuirán a que el consumo privado sea un motor más dinámico que en años previos. Algo de ello se observó en el segundo semestre de 2022 desestacionalizado versus el primero y es de esperar que se profundice en los próximos trimestres. Adicionalmente, la política monetaria se mantendrá en instancia contractiva, dada la rigidez a la baja en las expectativas, aunque su sesgo probablemente migre hacia niveles de tasa de interés más bajos que el actual; dando continuidad al dinamismo del crédito observado en 2022. A su vez, la política fiscal abandonaría su sesgo contractivo a la luz de las rebajas impositivas anunciadas, las cuales, dado el segmento de la población contemplado, deberían volcarse más hacia el consumo que al ahorro. Con todo, las señales de la economía uruguaya son mixtas. Ni 2022 fue extremadamente “bueno” ni 2023 será extremadamente “malo”. Si el año previo fue de “más a menos”, es probable que el presente se encamine de “menos a más”. Dependerá de los desarrollos externos, de los efectos de la sequía y del ritmo en el comportamiento del consumo, si la economía crecerá en promedio más cercano al 2% que al 3% anual. Lo anterior no debe ocultar dos aspectos relevantes. Primero, los desafíos y tensiones para la política económica. Segundo, saliendo de la coyuntura, el crecimiento converge al potencial, que es mediocre y nos debe interpelar como país a la luz de un nuevo ciclo electoral en puerta. Ambos puntos ameritan por si solo futuras columnas a desarrollar.