Hernán
BonillaPresidente y fundador
¿Para qué sirve una ley?
18/07/2023
Donde existe una necesidad nace un derecho” expresó hace unas cuantas décadas Eva Perón, sinterizando de forma inmejorable la filosofía política del peronismo, cimentando el camino a la involución que hasta hoy sufre Argentina. Así fue como fueron surgiendo los llamados “derechos de segunda generación” a los que se fueron agregando otros de nuevas generaciones. Debería ser evidente que donde existe una necesidad la sociedad debe procurar la mejor forma de satisfacerla, pero de allí a que se convierta en un derecho y deba legislarse sobre la materia existe un abismo. Escuchamos en nuestro debate cotidiano que una ley no es necesariamente una adición a nuestro cuerpo normativo para tutelar derechos sino que también puede servir para dar señales o para poner temas sobre la mesa. Puede ser, pero así vamos destruyendo instituciones fundamentales en que se basa la vida en sociedad, al tener leyes absurdas o de imposible cumplimiento. El origen profundo del asunto es la confusión entre ley y legislación, explicado magistralmente por Bruno Leoni en su clásico La libertad y ley dónde expresó: “Tanto los romanos como los ingleses compartieron la idea de que la ley es algo que se debe descubrir más bien que promulgar, y que nadie debe ser tan poderoso en su sociedad como para poder identificar su propia voluntad con la ley del país.” La concepción liberal del derecho entiende que las leyes surgen y evolucionan a partir de la acción antes que el designio de las personas, que deben ser generales, universales e impersonales y que es indispensable un sólido Estado de Derecho que asegure el cumplimento de los derechos humanos. Ahora, cuando se pretende legislar al golpe del balde para modificar la realidad de forma voluntarista, vale decir, pretendiendo jugar a la ingeniería social con la sociedad objeto del experimento, con la degradación del derecho viene la del funcionamiento de la propia sociedad. Este asunto fue explicado con caridad meridiana por Edmund Burke cuando afirmó que un “hombre ignorante que no es suficientemente tonto para entrometerse con su reloj está, sin embargo, suficientemente confiado para pensar que puede, con seguridad, tomar las piezas y armarlas a su antojo de una máquina moral de otro tipo, importancia y complejidad, compuesta de muchas otras ruedas, resortes, contrapesos y poderes cooperadores y contrastantes. Los hombres piensan poco que tan inmoralmente actúan al entrometerse apresuradamente con lo que no comprenden.” En efecto, al legislarse torpemente sobre un tema cualquiera, sin tener en cuenta los efectos directos e indirectos que puede tener, se tiende a sobreestimar la capacidad de incidir positivamente en el asunto de marras y a subestimar los efectos negativos. Es más, muchas veces se terminan produciendo los efectos contrarios a los deseados, como demuestra una larga lista de iniciativas a lo largo de la historia, como las leyes de alquileres o los controles de precios que finalmente dificultan el acceso de las personas a los bienes sobre los que se interviene. En todo caso, parece sensato tener una visión más humilde respecto a cómo debe modificarse la sociedad en el sentido que cada uno entiende conveniente, evitando la fatal arrogancia de aplicar mecanismos de coerción que constriñen la libertad de cooperación libre y voluntaria entre las personas.