Hernán
BonillaPresidente y fundador
El espectador imparcial
12/09/2023
Para redondear el análisis de La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith es necesario detenerse en el asunto central de la obra; cómo evaluar si una conducta determinada es digna de aprobación o desaprobación desde el punto de vista moral. Para ello Smith recurre a la figura del espectador imparcial, una figura imaginaria que observa la acción y la evalúa objetivamente con la información necesaria. Afirma Smith que: “El principio según el cual aprobamos o desaprobamos nuestro propio comportamiento es exactamente el mismo por el que ejercitamos juicios análogos con respecto a la conducta de otras personas. Aprobamos o reprobamos el proceder de otro ser humano si sentimos que, al identificarnos con su situación, podemos o no podemos simpatizar totalmente con los sentimientos y motivaciones que lo dirigieron. Del mismo modo, aprobamos o desaprobamos nuestra propia conducta si sentimos que, al ponernos en el lugar de otra persona y contemplarla, por así decirlo, con sus ojos y desde su perspectiva, podemos o no podemos asumir totalmente y simpatizar con los sentimientos y móviles que la influyeron. Para Smith esta distancia es indispensable para observar las acciones propias, por lo que nuestra evaluación de las conductas propias está sujeta en buena medida a lo que pensamos que nos reflejaría la mirada de los demás. Agrega el autor: “Tratamos de examinar nuestra conducta tal como concebimos que lo haría cualquier espectador recto e imparcial. Si al ponernos en su lugar podemos asumir cabalmente todas las pasiones y motivaciones que la determinaron, la aprobamos por simpatía con la aprobación de este juez presuntamente equitativo. En caso contrario caemos bajo su desaprobación y la condenamos.” La capacidad de poder imaginar lo que nos diría el espectador imparcial surge de nuestra experiencia social y, por lo tanto, le sería totalmente ajeno a alguien que pudiera haber crecido sin contacto con otras personas. Pero, a su vez, para Smith “el deseo original de complacer a sus semejantes y una aversión original a ofenderlos” está en la propia naturaleza del ser humano. A lo largo de toda su obra, y al analizar distintos asuntos, puede encontrarse cómo procura explicar la sociedad a partir de lo que entiende es la propia naturaleza de nuestra especie, sin pretender modificarla o trazando una imagen arbitraria, de allí la perspicacia que demuestra y la vigencia que conserva. Las personas no solo quieren ser amadas, asegura el padre de la economía, sino merecerlo, ser amables, vale decir “un objeto natural y apropiado para el amor” y, por supuesto, temen su contracara, no solo ser odiado, sino “ser odiable, es decir, ser lo que resulta un objeto natural y apropiado para el odio”. Las alabanzas o reconocimientos que sabemos que no merecemos no nos ocasionan sino un magro placer, pero el conocimiento sincero de que merecemos el reconocimiento, aunque no lo tengamos, suele ser motivo de tranquilidad de conciencia. En una frase que puede resumir esta parte de su pensamiento, contrario al utilitarismo que caracteriza al moralista que efectivamente fue, sintetiza Smith la clave del asunto de marras: “¿Qué mayor felicidad hay que la de ser amado y saber que lo merecemos? ¿Qué mayor desgracia que la de ser odiado y saber que lo merecemos?”.