Hernán
BonillaPresidente y fundador
El liberalismo pragmático
27/02/2024
El liberalismo de Adam Smith puede ser definido, además de como “clásico”, como “pragmático” y en este sentido mantiene una vigencia extraordinaria para nuestro tiempo. En primer lugar, el liberalismo es una doctrina y no una ideología, en la medida en que no acepta verdades definitivas dentro de lo que puede ser refutado científicamente. Esto no quiere decir que admita el relativismo moral, que el buen liberalismo nunca lo hace, por el contrario, se entiende que a partir de lo que las personas verdaderamente sienten y no de su razón, la moral tiene fundamentos reales que no pueden cambiarse en ningún sentido determinado por nadie en particular. En segundo lugar, la defensa de las instituciones políticas y económicas que responden al “obvio y simple sistema de libertad natural” se da luego de un estudio histórico y un análisis comparativo, aceptando que no todas las leyes deben ser las mismas para toda sociedad en cualquier momento de su historia. En particular, es muy peligroso intentar reformar las sociedades de la noche a la mañana en cualquier dirección, por el contrario, es más sensato que todo cambio sea gradual, antirrevolucionario incluso. Este es el sentido de reforma social “poco a poco” que defiende, verbigracia, Karl Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos” en contraposición a la siempre desastrosa “ingeniería social utópica”. En tercer lugar, el liberalismo pragmático es esencialmente humilde, tanto respecto a cuál es la visión de sociedad teórica que debe plasmarse en la realidad, como en los medios para llevarla adelante. El pensador o el político que presume que tiene todas las respuestas, que son evidentes y sencillas de aplicar y que quien se opone es ignorante o malvado, podrá ser muchas cosas, pero no liberal. En cuarto lugar, la defensa de un núcleo de libertad individual para cada persona con la menor coerción posibles de otros o del Estado no es por fanatismo individualista. Además de la defensa de los derechos de la persona, se encuentra que es la forma en que mejor va a funcionar una sociedad de personas interdependientes en muchos aspectos, más allá de lo estrictamente económico. Más aún, las instituciones liberales nos ayudan a dejar atrás “la llamada de la tribu” basada en nacionalismos y sangre, para abrazar otros vínculos basados en el respecto, la paz y el beneficio mutuo, como lo demuestra el libre comercio. El liberalismo pragmático se basa en la comprensión profunda de cómo funcionan los órdenes espontáneos en una sociedad libre, cuyo desarrollo y resultados se ignoran y no pueden determinarse. Es, por tanto, contrario al racionalismo constructivista que pretende aplicar soluciones finales, desconociendo la realidad que pretende reformar. Este es el principal parteaguas del debate contemporáneo; una sociedad libre se basa en aspectos que no se pueden modificar de forma voluntarista y sus pilares indispensables son producto de la acción, pero no del designio de los hombres, en un proceso de prueba y error que decanta con el paso de generaciones. En definitiva, la tradición es una fuente de información inestimable sobre cómo las personas fueron encontrando soluciones a los problemas a lo largo de la historia. No tiene fuerza de verdad revelada ni puede desconocerse haciendo tabula rasa con el pasado.