Hernán
BonillaPresidente y fundador
¿Una historia perdida?
19/08/2022
Continuando con el análisis de las distintas tradiciones del liberalismo, vale la pena detenerse en el libro publicado por la historiadora Helena Rosenblatt en 2018 titulado “La historia perdida del liberalismo». En que plantea una tesis contrapuesta a la que hemos expuesto sobre el liberalismo clásico. Desde el comienzo del libro la autora realiza varias afirmaciones polémicas: “La verdad es que Francia inventó el liberalismo a comienzos del siglo XIX y Alemania lo reconfiguró medio siglo después. Estados Unidos se posesionó del liberalismo solo a comienzos del siglo XX, y solo entonces se convirtió en una tradición política americana”. Afirma también que “la mayoría de los liberales eran moralistas. Su liberalismo no tenía nada que ver con el atomismo individualista del que escuchamos hoy”. Amén de algunas omisiones curiosas -David Hume no es mencionado ni una sola vez- y la desestimación de autores centrales, quien aparece como una figura central, casi podría afirmarse su protagonista en Benjamin Constant. Esto cobra sentido cuando Rosenblatt afirma que “el liberalismo debe su origen a la Revolución Francesa” y que los “Principios” de Constant son un “texto fundador del liberalismo”. La autora realiza un análisis interesante de los distintos usos de la palabra liberal a lo largo de la historia, desde la Antigua Roma a nuestros días, que es seguramente la parte más jugosa del libro. El rastro que realiza de la historia de su particular versión del liberalismo que siempre mantiene una centralidad en Francia también aporta a la interpretación a esta rama de una de las dos tradiciones. El punto débil del volumen, como el lector habrá percibido de la frase anterior, es presentar como una “historia perdida del liberalismo” el esbozo histórico de su tradición francesa. Más aún, el propio Constant, formado en el estudio de la Ilustración escocesa, responde en buena medida a la otra tradición, una disputa que, por cierto, Rosenblatt reconoce. Más difícil de aceptar aún es su idea de que John Locke “se convirtió en un padre fundador del liberalismo” recién a mediados del siglo XX, en el marco de la transformación del liberalismo en su vertiente norteamericana en el período de la Guerra Fría. No es lo que refleja una larga tradición que ya existía desde antes, con foco en el liberalismo inglés, que es ignorado olímpicamente en el texto. Rosenblatt acierta cuando expresa: “Pregúntele a cualquiera hoy en día qué significa liberalismo y obtendrá una variedad de respuestas”. Es incuestionable que el liberalismo ha sido una doctrina en disputa, con acentos distintos a lo largo del tiempo y autores célebres con ideas contrapuestas, pero eso no quiere decir que carezca de significado. La autora pretende rescatar una presunta historia perdida del liberalismo precisamente porque piensa que es relevante para nuestro presente, lo que puede compartirse. Lo que no parece sensato es presentar como un “descubrimiento” algo que muchos autores, entre otros con particular meticulosidad Friedrich Hayek, han explicado sobre las dos tradiciones del liberalismo, una inglesa y otra francesa, en algunos aspectos complementarias, en otros con diferencias radicales. “Una historia del liberalismo francés” sería un título más representativo de lo que plantea Rosenblatt en su libro.