Hernán
BonillaPresidente y fundador
Contra las revoluciones
27/08/2024
Las revoluciones suelen tener buena prensa y algunas, efectivamente, tuvieron efectos positivos en la historia de la humanidad. El asunto está, naturalmente, en que lo que queremos decir por revolución puede ser muy diferente según el caso, ya que poco o nada tienen en común la revolución inglesa, la estadounidense o la francesa. Por no hablar de la revolución industrial que cobra fuerza a partir de comienzos del siglo XIX o la revolución sexual que comenzó en la década de 1960. Si definimos revolución como un cambio radical y abrupto del orden social predominante hasta ese instante nos acercamos a la definición que nos interesa y de la cual la francesa es seguramente el mejor ejemplo, aunque la rusa o la china también podrían funcionar. Este tipo de revolución subvierte las bases sobre las cuales se organizaba la vida en común de un momento para otro, dejando atrás las soluciones pasadas, que podían ser mejores o peores en distintos sentidos y aspectos, detrás de un ideal de sociedad utópico. La idea de que se puede hacer tabla rasa y construir una sociedad mejor siguiendo algún modelo pergeñado por alguien es muy vieja y siempre ha conducido a tragedias para las personas de carne y hueso que las sufrieron. El principal autor que comprendió este tema en todas sus implicancias de hondura filosófica fue Edmund Burke, a quien el historiador británico Lord Acton definió con cierta ambigüedad y mucha razón como “el primero de los liberales, el primero de los conservadores”. Burke, por cierto, no era un defensor del statu quo, más aún en su propio tiempo defendió cambios transcendentales como los que promovían los católicos irlandeses en busca de mayor igualdad ante la ley o los norteamericanos frente a la opresión británica. Como defensor de causas justas a lo largo de su vida, Burke denunció muchos problemas de su tiempo para los que propuso soluciones que, naturalmente, implicaban realizar cambios relevantes. Su oposición a la revolución francesa no fue porque defendiera todos los aspectos del antiguo régimen, sino porque discrepaba sobre la forma en que debían procesarse los cambios. Una revolución que pretendía desconocer la tradición y la naturaleza humana necesariamente iba a terminar en el terror, un baño de sangre y una dictadura, como predijo con sorprendente precisión. En su magnun opus, Reflexiones sobre la revolución en Francia, escribió: “Tememos poner a los hombres a vivir y comerciar cada uno con su propio acervo privado de razón; porque sospechamos que ese acervo en cada hombre es pequeño, y que los individuos harían mejor en aprovecharse del banco general y el capital de las naciones, y de las épocas.” Desconocer el capital de conocimientos acumulados, que va encontrando distintas soluciones a distintos problemas a lo largo del tiempo, por una hoja de ruta surgida de la razón era para Buke una locura. En una de sus definiciones más conocidas estableció que una sociedad es “una asociación no solo entre los que viven, sino entre los que viven, los que han muerto y los que están por nacer.” El cambio debe darse a partir de parámetros racionales pero sobre todo en base al conocimiento acumulado y a la naturaleza humana. Los saltos al vacío detrás de utopías suelen resultar nefastos para quienes los sufren, como predijo que sucedería en Francia apenas unos meses después de la toma de la Bastilla.