Columnas de Opinión

Diario El País Uruguay

Agustín
Iturralde

Director Ejecutivo

Despacito por las piedras

26/09/2025

Esta semana se publicó una muy buena columna de Lalo Vilensky sobre el impuesto mínimo global y cómo está cambiando las reglas de juego globales (valga la redundancia) sobre la forma en que los países atraen inversiones. Sin dudas estamos ante cambios críticos para países como Uruguay. Dejando de lado el chisporroteo político es menester que como país trascendamos la discusión de si podemos recaudar 300 millones de dólares más, y nos demos cuenta de todo lo que nos estamos jugando. Primero corresponde entender de qué va esto del Impuesto Mínimo Global (IMG). Lo que mueve a esta iniciativa es “combatir la competencia fiscal” entre los países, eliminando la posibilidad de que algunos estados de marcos fiscales “excesivamente” beneficien a las empresas. En la práctica esta propuesta limita mucho la capacidad de maniobra de los países menos ricos, que son en muchos casos los que tienen estos mecanismos. Tal como cuenta Vilensky, muchas de las principales economías del mundo están reconfigurando sus incentivos económicos para seguir siendo atractivos a la inversión extranjera a través de mecanismos más complejos que la simple reducción impositiva. Estos son subsidios directos, financiamiento de la formación, subsidio a la logística y a la investigación y al desarrollo u otros mecanismos. La evidencia es muy contundente en que es razonable que los países más pobres tengan costos de sus factores menores. Si se obligara a Paraguay a pagar a sus operarios de una industria manufacturera el mismo salario que cobran los operarios suizos sería muy difícil que pudiera captar inversión productiva. Imponer a los países más pobres a cobrar impuestos a la par de los más ricos es una medida diseñada y conveniente para estos últimos. Dicho eso, debemos tomar esta nueva política de los países más ricos del mundo como parte de la letra del problema. Patalear por el neocolonialismo que esto implica puede estar bien para alguna discusión en un foro internacional, pero lo relevante es encontrar la mejor forma de adaptarnos a esta nueva realidad global. No parece una buena opción quedarnos quietos viendo como se diluyen los mecanismos de atracción de inversiones que utilizamos en las últimas décadas. Pero cuando hablamos de adaptarnos no nos referimos a ver si el Estado uruguayo puede “morder” algo de lo que muchas empresas multinacionales van a empezar a pagar en Europa por su actividad en nuestro territorio. Recorrer ese camino quizás es razonable, pero sin duda no es lo prioritario. Lo más importante es seguir siendo un lugar atractivo para la inversión, seguir siendo creíbles y estables con reglas muy claras que no cambian de golpe. Sin dudas implementar el IMG de apuro, en el marco de una ley de presupuesto, contra la opinión de las principales empresas de zonas francas es una mala idea. No es aceptable que el apremio recaudatorio por la necesidad fiscal ponga en riesgo la reputación del país como país serio. El nuevo impuesto, sumado al cambio en cómo se tributa por la ganancia de capital en el exterior y a cambios en el secreto bancario son un combo delicado. Ojalá escuchemos mucho más sobre la forma en que Uruguay se adaptará al IMG y menos de cómo lo aprovechamos para tapar un agujero fiscal el año que viene.