Columnas de Opinión

Diario El País Uruguay

Agustín
Iturralde

Director Ejecutivo

El adversario soñado

10/03/2022

Qué más estimulante para un niño que la lucha frontal del bien contra el mal. Por algo en los dibujitos la trama siempre contiene buenos y malos bien definidos que se enfrentan y, obviamente, al final siempre ganan los buenos. Parece razonable que los niños necesiten estas categorías para manejarse en la vida, el problema surge cuando algunos crecen pero pretenden hacer política sobre la misma fantasía. La realidad es casi siempre más aburrida y está llena de matices. Casi todos entendemos esta complejidad de la vida adulta. Sin embargo, si algo nos está dejando esta campaña hacia la LUC son hordas de personas que vuelven a su infancia y creen estar en una disputa pura del bien contra el mal. El 27 de marzo, Lucifer deberá ser derrotado o el Uruguay arderá. Hay demasiadas personas convencidas de que en 16 días se enfrentarán el pueblo (representado por organizaciones sociales y partidos que priorizan los intereses populares), y del otro un gobierno egoísta que viene desarrollando un plan para enriquecer a los ricos a costa de las grandes mayorías. ¿De verdad alguien puede creer que esto es así? Y si de verdad lo creen, ¿qué margen para el diálogo puede quedar? Esta retórica viene siendo alimentada por profesionales e intelectuales que se suman a la manija con algún grado de sofisticación adicional. En particular me llamó bastante la atención el abuso del recurso de adjudicar intencionalidad política a cualquier cosa mala que pase. En efecto, todo tiene un componente de decisión política, pero cualquiera que esté cerca del barro sabe que los márgenes son muchas veces muy chicos. Al arranque de la pandemia escuché decir a algún colega “que hubo una decisión política de que aumente la pobreza”. Similares cosas escuchamos sobre el salario y los muertos por covid. Entrar ahí es un callejón sin salida, con idéntico criterio se puede argumentar que el gobierno pasado tomó la decisión política de que cayeran los ingresos de los hogares o se perdiera empleo en los últimos años. O peor aún, se podría llegar a decir que fue una decisión política que se duplicaron los homicidios. Ojo que del otro lado aparecen razonamientos para nada distintos. Para algunos, lo que se juega es la democracia misma. Una coalición amplia y plural ganó las elecciones, y los que promueven el Sí son partidos y movimientos totalitarios que desprecian la democracia, todos ellos. De vuelta, ¿qué proyecto en común se puede tener con la otra mitad del Uruguay si creo que está compuesta enteramente por personas que no comparten lo más básico del sistema democrático? Llevar la saludable disputa política a un plano moralista, en el que yo estoy del lado del bien es un camino riesgoso. Arengar “a los tuyos” sobre la base de que las diferencias son absolutamente irreconciliables dada la repugnancia moral del adversario nos pone en un camino sin salida. Claro, hacerlo es rendidor: fideliza y moviliza al grupo; pero a la larga es una trampa. Es un discurso que envenena el alma y que, más importante, no es verdad. El 28 de marzo, el Uruguay va a seguir siendo básicamente el mismo. “El adversario”, en ambos casos, es heterogéneo y menos malvado de lo que a muchos les gusta creer. Como dice un amigo, buenos y malos puros solo hay en las películas malas.