Columnas de Opinión

Diario El País Uruguay

Hernán
Bonilla

Presidente y fundador

La caricatura del egoísmo

14/11/2023

Adam Smith es muchas veces presentado como un apóstol del egoísmo, lo que ciertamente le hubiera sorprendido ya que nadie que lo haya leído puede pensar eso. En artículos anteriores nos referimos a la importancia que daba a la conducta ética y, en particular, al interés por las demás personas al analizar La teoría de los sentimientos morales. Hoy nos enfocamos en los pasajes de la Riqueza de las Naciones en donde presenta el asunto que nos ocupa: el interés propio. Para Smith existen dos grandes motores de la conducta humana que podríamos llamar innatos: el de cambiar una cosa por otra y el deseo de mejorar la condición propia. Este segundo, aclara, es “universal, continuo e ininterrumpido” El interés propio evidentemente se conjuga con esta propensión natural, pero solo dentro de una gran variedad de motivaciones que tiene el ser humano. Smith no dice que sea la más importante ni la más valiosa, pero sí encuentra que es suficiente para explicar el funcionamiento de la economía. En una de sus frases más célebres, expresa el autor: “No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas.” Adam Smith no reduce al ser humano a un homo economicus, simplemente al intentar explicar los mecanismos para comprender los aspectos crematísticos de la vida en sociedad piensa que el interés propio -que distingue del amor propio y del egoísmo- es determinante. Esto no desdibuja sus preocupaciones éticas, simplemente, describe los principios que explican el funcionamiento de un orden específico. Pero Smith va un paso más allá, en el pasaje más célebre de su obra y ciertamente el más famoso de toda la historia de la ciencia económica, en que aparece la mano invisible, en medio de un ejemplo concreto: “al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca solo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo.” Al seguir su propio interés, en base al conocimiento que cada persona tiene de los medios a su disposición, de su conocimiento particular y de sus deseos y prioridades, toma decisiones que redundarán en beneficio de la sociedad en su conjunto. Esta es otra forma de entender por qué el interés propio no es negativo para la sociedad, por el contrario, siguiendo ese interés se contribuye al mismo tiempo al interés general. Esta armonía social que se alcanza a través del “obvio y simple sistema de libertad natural” explica cómo, además de lo que se haga directamente por ayudar a otras personas, una de las principales contribuciones que pueden hacerse al bien común es utilizar las herramientas al alcance de cada persona para mejorar su propia condición. Sobre cómo opera este mecanismo de coordinación social de cooperación y competencia y el descubrimiento de cómo funciona ese orden espontáneo, volveremos en las próximas columnas.