![]()
Agustín
IturraldeDirector Ejecutivo
Andes y Propios
25/07/2025
Que costumbre espantosa la de cambiarle los nombres a las calles. Lo peor de este hábito es lo que revela de la forma de hacer políticas: se trata de modificaciones que priorizan a los políticos, y a sus fetiches, y no a la gente. Como muy bien explicaba María Emilia Pérez Santarcieri, los nombres de las calles son para orientar a la gente y no para homenajear. Le pondría un matiz a lo dicho por la presidenta de la Comisión de Nomenclátor, los nombres de las calles deben ser en primer lugar un instrumento de orientación y facilitación de la cotidianeidad de las personas, y recién luego un recurso para homenajear. Uno pensaría que la historia de los cambios de nombres debería haber servido. “El camino de los Propios” cambió de nombre y pasó a llamarse “José Batlle y Ordóñez”. Casi 100 años después la enorme mayoría de los montevideanos siguen hablando de “Propios” para referirse a dicha avenida. Algo similar pasa con los tramos de Río Branco, Cuareim, Yi o Yaguarón que formalmente se llaman Wilson Ferreira, Zelmar Michelini, Carlos Quijano y Aquiles Lanza respectivamente. El verdadero nombre de estas calles no es el que un burócrata define desde la Junta Departamental, es el que la gente da. Estos cambios de nombre son formalidades que le pasan por arriba a la realidad cotidiana de las personas. Los políticos deberían hacer normas que reconozcan esto y no que le compliquen la vida a la gente con sus fetiches. El difunto Mariano Arana se manifestó reiteradamente contra esta mala tradición uruguaya. Él explicaba que cambiar nombres es una complicación para la policía, las ambulancias, el correo, las bases de datos públicas. Pero fundamentalmente decía que era “una falta de respeto al ciudadano”. Puro sentido común de alguien que entendía como funciona una ciudad. Eduardo Cánepa es uno de los líderes de la “juntada de firmas” que busca revertir el reciente cambio de nombre de Andes por Germán Araújo desde 18 de Julio hasta la rambla. Estos vecinos explican lo obvio: que los nombres son el patrimonio inmaterial de la ciudad, que los cambios aumentan la pérdida de la memoria colectiva de los barrios y, sobre todo, generan confusión en las personas. Además Cánepa agrega un elemento atendible, esta idea de cambiar las calles es profundamente elitista. La idea de fondo es que solo valen los homenajes en el centro de la ciudad y que las decenas de calles de la periferia sin nombre no valen nada. Hace 182 años que Andes se llama Andes en homenaje a los orientales que lucharon en guerras libertadoras en aquella zona de Sudamérica. Tenemos canciones de rock nacional que hacen referencia (Andes 1206 de Garo Arakelian) entre tantas referencias culturales a una calle en el corazón de Montevideo. Los burócratas de turno pueden renombrar la calle como se les ocurra, lo único que harán es complicar la vida cotidiana de las personas. Porque no duden que la inmensa mayoría de las personas seguirá llamando Andes a Andes más allá de lo que la norma diga de cómo se llama. Esta discusión no es sobre las calles solo, es sobre una forma de hacer políticas. Si se privilegia a la gente y sus verdaderas necesidades y realidades, o si las políticas son una forma para que los políticos se entretengan con fetiches que solo les importan a ellos y sus fetiches.