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Hernán
BonillaPresidente y fundador
Occidente y liberalismo
22/07/2025
Vivimos en tiempos en que se habla mucho de la crisis tanto de la civilización occidental como del liberalismo. Sin embargo, parece claro que Occidente sigue representando algo que muchas personas consideran valioso y el liberalismo una filosofía que no ha sido superada por ninguna alternativa. Los valores que defiende Occidente a partir de su larga construcción por sedimentación a lo largo de siglos están en nuestros corazones y en nuestra razón y también es posible defenderlos en esos términos. Por eso resulta problemático que Estados Unidos y Europa tengan diferencias importantes o que las alianzas políticas en Occidente se resquebrajen para admitir otros alineamientos basados en intereses del momento en vez de una tradición compartida cuyos beneficios de largo plazo son por demás evidentes. La defensa de los valores de Occidente son los de las democracias frente a las dictaduras, de un Estado de Derecho como el Estado de Israel frente al terrorismo y los países que quieren borrarlo del mapa. Con gran precisión el presidente Sanguinetti definió a Israel como la trinchera de Occidente, su suerte, aunque muchos no quieran verlo, es también la nuestra. Es también la lucha de Ucrania frente a la invasión de un país gobernado por un autócrata como Putin. La defensa que Europa está realizando de Ucrania en buena medida responde a esa tradición que vale la pena conservar. Por eso, dicho sea de paso, es una mala para nuestro país ir detrás de Brasil que se alinea con Rusia y critica a Ucrania. El liberalismo es un fruto de la civilización Occidental; nació y se desarrolló en su seno y sólo podría haber nacido y crecido en ese entorno, aunque luego se expandió por muchos rincones del mundo. Nos ha dado la mejor forma de gobierno que conocemos y una expansión económica única en la historia universal. Basta recordar, aún con los problemas que tenemos hoy en el mundo, que nunca la calidad de vida fue mejor a nivel global y para eso basta recordar que a mediados del siglo pasado 70% de la población del mundo todavía vivía en la pobreza extrema y hoy es menos del 10%. Aunque aún resta mucho camino por andar ha sido la libertad política la base de la dignidad del ser humano y la libertad económica la que le ha permitido elevarse de la pobreza extrema que era su estado natural. Por eso tanto en términos éticos como estrictamente utilitaristas la defensa de los valores de Occidente y del liberalismo valen la pena, y más aún en tiempos en que se los cuestiona desde afuera y desde adentro. No sólo no tenemos una buena alternativa, las alternativas posibles son sociedades en las que ninguno de nosotros quisiera vivir. Occidente y el liberalismo enfrentan una crisis determinada por la erosión que vienen sufriendo sus pilares más fundamentales, pero de ningún modo se trata de una crisis terminal. La historia humana, como nos enseñó Popper, no está escrita ni determinada por ninguna ley del devenir ineluctable. Somos los creadores de nuestro destino en lo que hacemos cada día. Sin necesidad de falsos mesías ni hombres providenciales, lo que necesitamos es una mejor comprensión de qué es Occidente y qué es la Libertad para que el futuro no pertenezca a la demagogia y al populismo que por izquierda y por derecha nos amenaza, sino a la Libertad en que la vida necesita y merece ser vivida.